Hola familias, me llamo Sira y me he decidido a escribir mi experiencia como perro ya que, aunque no he tenido una vida muy interesante, sí ha sido intensa.
Mi primera familia me acogió con solo 3 meses y me bautizó con el nombre de Kira, fue una historia de amor mutuo. Vi nacer a sus peques humanos y crecimos juntos cometiendo todo tipo de trastadas que llevaban la paciencia de mi familia adulta al límite.
Me encantaba salir y olisquear por el suelo a ver si descubría alguna cosilla que zampar, es que siempre tenía hambre y todo lo que olía parecía tan apetitoso que no podía evitar hincar el diente. En especial me encantaba tragar piedras, tienen un sabor taaaan…a piedra. En una ocasión, cuando tenía 2 años, me tragué la más grande que encontré y al día siguiente me empezó a doler la tripa y a sentirme mareada porque la dichosa piedra no me salía por ningún lado. Como me encontraba fatal, al final me llevaron al hospital y me tuvieron que operar para poder sacarla. ¡Fue una experiencia única y repetible!
A los 9 años, después de más de media vida de comodidades y amor incondicional, vino sin esperarlo la tristeza, la separación y el desconcierto. Mi familia se marchaba a vivir al extranjero y no me podía llevar con ellos, desde SOS Weimaraner concertaron mi adopción con una nueva familia.
Y llegó el día de la separación, mi familia lloraba y me besaba hasta que los vi marchar. Me subieron a otro coche con otros dos perros y aunque entonces no lo entendí, allí daba comienzo mi segunda etapa ya como perro adulto adoptado.
Mi nueva familia parecía maja, la casa tenía jardín, pero no vi la bicicleta con la que salía a correr con mi querido y antiguo papá, tampoco había niños con los que jugar. Pero había dos perros que, aunque olían muy diferente a mí, podía ser interesante conocerlos más a fondo. El perro con manchas blancas y negras, tipo vaquita, no me hacía mucho caso, pero la perra negra no me quitaba el ojo de encima y empecé a oler problemas.
La familia me trataba muy bien y todos eran muy cariñosos conmigo. Me asignaron una camita muy cómoda y también me dejaban subir en una esquina del sofá, pero todo olía distinto y no me gustaba. Echaba mucho de menos a mis niños y entendí que todo había cambiado, me entró la tristeza.
¿Por qué me llamaban Sira? Los miraba diciéndoles que siempre me llamaban por el nombre de Kira pero no me hacían caso.
La cansina de la perra negra, se llama Pam, solo hacía que gruñirme. Mi sola presencia parecía molestarla y entonces empezaron los ataques. Al principio me cogió desprevenida y me hizo daño, pero aprendí la lección y empecé a defenderme, empezamos a pelear con asiduidad. El perro a manchas, Fox, se mantenía al margen como si todo fuera de lo más normal, es un perro especial ya que solo hace caso a Pam o a la que cree que es su mamá, Maria.
Fue una época terrible, perdí un diente y llevaba marcas por las orejas y la cara. Pero Pam también se llevó su merecido. Veía a la familia angustiada y todos estábamos muy nerviosos. Como iban pasando los días y no parecía que supiéramos arreglar nuestras diferencias, vino Silvia, la etóloga, a ver si podía entender cómo se originaban los problemas.
Y el problema es que Pam es un perro con mucho carácter, muy lista pero insegura, veía peligrar todas sus comodidades y el afecto de la familia. También es un perro posesivo por lo que le cuesta compartir las cosas. Ante esta situación Silvia recomendó a mi familia unas pautas de comportamiento y darnos espacio para que aprendiéramos a gestionar nuestras tensiones. Finalmente entendí, que Pam es la líder de la manada y he asumido que ahora yo también formo parte de esta manada y que la que manda es ella.
La verdad es que me encanta pertenecer a una manada, aunque sea con la brujilla de Pam como líder y con el rarillo de Fox, la vaquilla Es bueno estar siempre acompañada y compartir paseos y excursiones. ¡Son muy buena gente y ya me llevo muy bien con ellos!
Una vez todo normalizado, me ha vuelto a salir mi personalidad de siempre. Y debo decir que no me gustan nada los patinetes, ni los patines. ¡No es forma de ir por la calle y yo se lo digo! Cuando pasan cerca, si me dejan, me lanzo a gritarles cuatro verdades, a ver si aprenden a comportarse.
Me han comprado una colección de pelotas para que siempre pueda salir a pasear con alguna. Dicen que, si voy con pelota no como tantas cosas y nos evitamos problemas, pero no les funciona muy bien. Si es de día llevo una azul, pero por la noche, Maria siempre me da la que brilla mucho para que la pueda perseguir sin problemas. ¡Cómo me gusta jugar a la pelota! Ahora ya me la tiran flojita porque ya no tengo mucha fuerza en las patas traseras y me caigo con facilidad.
Continúo husmeando y comiendo del suelo todo lo que puedo y mi debilidad, continúan siendo las piedras, ¡Qué ricas están! Hace un par de años, ya tenía once, me volví a tragar una de gorda y otra vez me tuvieron que operar porque volvía a estar fatal de la tripa. Desde entonces parece que las patas de atrás me flojean, ¿o será la edad?
Me tenía un poco intrigada la conducta de Fox. Durante la noche diabólica de San Juan ¡Él siempre está feliz como una perdiz, no se entera de nada! Mientras que Pam y yo nos escondemos donde podemos y pasamos la noche sin pegar ojo. ¡Vamos de susto en susto!
También he visto que duerme profundamente y lo tienen que tocar para saber si vamos a salir, a comer o para lo que sea. Está sordo pero lo lleva genial. Le hablan con signos que él parece entender y durante los paseos nunca se aleja ni se despista, no sea que pierda de vista a la familia. En cambio, Pam y yo somos dos almas libres. A Fox no le gusta que nos quedemos solos y no para quieto. Se pone especialmente pesado cuando vamos a la casa de la playa, allí, además, ladra continuamente hasta que vuelven todos. Dicen que lo hace por ansiedad y que hay que tener paciencia.
Hago visitas regulares al hospital, siempre estoy liada en algún tipo de percance. Los veterinarios ya me conocen y a cambio de chuches, me dejo hacer todas las pruebas La última que he organizado ha sido intoxicarme con algo que comí, posiblemente algún tipo de seta, paseando por el bosque. Qué mala me puse. ¡Tuvieron que llevarme corriendo al hospital otra vez! A mi familia les debe gustar mucho enseñar en el hospital un plástico pequeño, que creo llaman “la tarjeta” ya que lo utilizan muy a menudo. En fin, me siento feliz y muy afortunada por haber tenido dos familias tan fantásticas. He pasado mis momentos difíciles, pero ya están superados y ahora que ya casi tengo 13 años, solo espero que podamos mantener este equilibrio durante mucho más tiempo.