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José Manuel & Isabel – Adoptantes de Félix

Félix es un braco alemán de pelo corto de 3 años y medio, pesa unos 30 kilos, y llegó a nuestra familia la noche antes de Filomena desde Jerez de la Frontera. Cuando lo adoptamos en enero de 2021, Félix había sido abandonado dos veces; no conocemos nada de su vida antes de vivir con nosotros. Nuestra familia de 3 (ahora 3 y Félix) se compone de Jose, Isabel y el peque Diego, y vivimos en Zaragoza. Esta es la historia de cómo llegó Félix a nuestra familia, y es una historia de contrastes: de alegrías y de enfados, de tranquilidad y de ansiedad, de reencuentros y de huidas, de mimos y de broncas, de nuevos amigos y de ataques. No es una historia perfecta, pero es la nuestra, y esperamos que ayude a otras familias que se plantean adoptar un perro a tomar la decisión más correcta.
Jose siempre ha tenido perro; su padre era cazador y los perros han compartido su vida desde pequeño; Isabel tuvo perro por primera vez cuando conoció a Jose, una bretona preciosa que se llamada Linda, y que murió al poco de nacer Diego. La idea de adoptar un perro nos rondaba por la cabeza (sobre todo a Jose) desde hace ya un tiempo. A finales de 2020 empezó a buscar más activamente y un buen día, a través de la página web de SOS Weimaraner, apareció Felix. Jose se enamoró perdidamente de Félix, así que nos pusimos en contacto con SOS y en poco tiempo, en una furgoneta, una madrugada a -7ºC, llegó Félix. Casi nos caemos sentados cuando lo vimos. Félix era mucho más grande de lo que nos habíamos imaginado; era fuerte, musculoso, lloriqueaba y tiraba de la correa como un salvaje (menos mal que estamos fuertes).
Igual que nuestra historia es una historia de contrastes, también Félix lo es. Desde el primer día, Félix es feliz en casa. En casa está tranquilo, en equilibrio, respeta los muebles, las cosas y a nosotros. Por la noche duerme en su camita en la cocina; por el día está donde nosotros estamos. Alguna vez le ha mordido el ojo a algún peluche, ha sacado la basura del cubo o se ha comido alguna cosa de la encimera, pero eso es parte de tener perro. En la calle…, en la calle es otra historia.
Vamos con una de cal. El primer día, Félix se escapó corriendo como alma que lleva el diablo; aún no me explico cómo se soltó el mosquetón de la correa. Diego tenía 4 años y yo estaba sola. Lo llamamos; echamos a correr detrás de él. Seguimos su pista preguntando a la gente que había por la calle. Diego estaba cansado y lloraba. Yo pensaba que no volveríamos a ver al perro, cuando por fin lo localizamos en una panadería (siempre ha sido un glotón). Una de las dependientas lo había cogido y lo había atado a una farola. Esa no fue la última vez que se escapó. Félix se ha escapado unas 4 ó 5 veces, la mayoría en el monte. Félix es una máquina de correr; es fuerte y rápido. En unos segundos puede alejarse decenas de metros y perdernos de vista; en un minuto, desaparece por completo. Cuando por fin lo encontramos, o nos encuentra él a nosotros, Félix vuelve asustado, ansioso, llorando, casi diría que arrepentido. Nosotros nos pegamos unos disgustos y unos sustos de aquí te espero, y mientras te desgañitas silbando como un cabrero y llamándolo a gritos, te entran deseos de asesinarlo en cuanto asome las orejas por detrás de un ribazo.
Acabo de dar una cal, así que ahora toca una de arena. Como decía, Félix es feliz en casa. Se resigna cuando te vas y se pone como un loco cuando llegas. Vaya, tan loco se pone que se le afloja la válvula y, a sus casi 4 años, se hace pis por toda la casa (es una de arena mezclada con un poco de cal). Hemos descubierto que, si lo ignoras como si fuera un fantasma, no se hace pis, pero como se te ocurra hacerle una caricia, estás perdido. Lo del pis cuando se pone contento lo tiene más controlado últimamente, pero Félix también se hace pis cuando le echas la bronca. Vaya, que hay que tener la fregona siempre a mano. Dicho esto, Félix es el único perro que conozco que ronronea como si fuera un gato. Si lo abrazas, ronronea; si le das mimos, ronronea; si le acercas la cara, te da un lametón y ronronea; si te sientas en el sofá, se piensa que es un gato (de 30 kilos) e intenta subirse encima ronronea. Es el perro más cariñoso que hemos tenido. Es como un osito gigante de peluche, suave y adorable.
Toca otra de cal. Las primeras semanas e incluso meses, sacábamos a Félix atado a un arnés de escalada porque era agotador llevar la correa en la mano. Tiraba como si él fuera un caballo y nosotros una cuadriga en la peli de Ben Hur. Se tiraba a los coches, intentaba saltar las vallas, se lanzaba en pos de las palomas (y de cualquier otro bicho viviente), se mostraba ansioso y lloraba, caminaba hacia delante y hacía atrás, como si no pudiera soportar el miedo y la ansiedad, y quisiera escapar. Sacar a Félix a pasear requería tal concentración que yo prefería sacarlo sola; sacarlo a pasear sola con Diego era peligroso para Diego, porque el perro requería toda mi atención. Compramos diferentes tipos de correas, y arneses. Recurrimos a un etólogo, quizá demasiado pronto, pero no nos ayudó demasiado…, y entonces ocurrió el primer ataque. Vivimos cerca de dos caniches muy territoriales, sobre todo uno de ellos. Un buen día, uno de los caniches se lanzó a marcar a Félix y Félix lo atacó. Lo cogió con la boca por el lomo, lo sujetó en el suelo e incluso lo lanzó por los aires. Para nuestra sorpresa y la de los dueños del caniche, el caniche salió ileso (y con un odio renovado por Félix). Félix volvió a casa llorando, ansioso y temblando. Este no fue el último ataque de Félix a otros perros. Algo más recientemente atacó al otro caniche y le rompió una costilla. Se lleva a matar con la perra de los vecinos; muerde la valla y me tira las macetas cuando coinciden en el jardín. Cuando ve a un perro, aunque sea de lejos, se pone nervioso, ladra y llora; si el perro se acerca, la ansiedad se transforma en agresividad y se lanza a por él. Da igual que el perro sea perro, perra o viceversa, por cierto. Le llamamos la “muerte peluda”.
Ahora la de arena. La madre de Jose tiene un Yorkshire, Robin, más pesado que una vaca en brazos, pero muy simpático. Un buen día nos propusimos socializarlos. Compramos un bozal para Félix por lo que pudiera pasar, un collar de pitidos, vibración y calambres, y los juntamos bajo supervisión. Cuando Félix vio a Robin, se lanzó a por él como un poseso. Como no podía morderle porque tenía puesto el bozal, lo placó en el suelo con las patas y sacaba la lengua por el bozal en plan Hannibal Lecter en “El Silencio de los Corderos” para saborearlo. En fin, un desastre. Eso sí, como cabezotas somos un rato, a ese intento siguieron otros y Robin, que es un poco suicida, se prestó animosamente a ello. Hoy en día, cuando juntamos a Robin y Félix, Robin procede a lamer a Félix con fruición, incluso en las encías, y el pobre Félix, que tiene más paciencia que el Santo Job, solo le gruñe de vez en cuando para que lo deje en paz. También está socializado con otros dos Yorkshire de mi familia y con una Golden del hermano de Jose. Hemos descubierto que, si Félix conoce al perro, deja de atacar. También hemos descubierto que, generalmente, si está suelto tiende a atacar menos (aunque cualquiera se fía sin bozal). De hecho, este verano ha estado en una playa de perros (con bozal) y se lo pasó pipa. Nos ayudó mucho un adiestrador canino que nos explicó que no era posible quitarle la ansiedad ante otros perros, pero sí trabajar la obediencia. Trabajamos con chuches (Félix es un glotón y le puede la glotonería a las ganas de matar), con el collar de calambres, con un bozal y con un collar de adiestramiento activador del comportamiento. Cuando salimos con él, tenemos que llevarnos una mochila para meter todas las herramientas. Todo esto cuesta dinero y hay que tenerlo en cuenta.
Félix ha tensionado nuestra relación como pareja y como familia; ha condicionado en alguna medida nuestro tiempo libre; nos ha causado problemas con los dueños de los caniches (menos mal que son muy majos); nos ha costado dinero; nos ha dificultado las actividades al aire libre y nos ha condicionado los paseos; nos ha hecho enfadar; nos ha quitado las ganas de tener perro. Ha estado a punto de ser expulsado de la casa de Gran Hermano varias veces. Si estás leyendo todavía, te estarás preguntado por qué no lo hemos hecho; por qué no hemos devuelto a Félix. No es fácil contestar a esta pregunta, y sin embargo yo misma la he contestado a otras personas varias veces. Félix se queda porque es parte de esta familia. Porque a pesar de sus problemas, de ser un perro “con necesidades especiales”, de costarnos disgustos y dinero, Félix nos da más de lo que nos quita. Anticipábamos que no sería fácil adaptarnos a él y él a nosotros, pero nunca nos imaginamos que sería tan duro. La cuestión es que tampoco nos imaginamos que sería tan fantástico. Félix siente cuando estamos mal y nos consuela; nos da mimos, nos lame, nos deja disfrazarlo de reno en Navidad y nos deja ponerle pañuelos en la cabeza como si fuera el lobo disfrazado de la abuelita de caperucita; nos adora; nos respeta; nos obedece; nos hace compañía; nos deja que lo abracemos y le hagamos cosquillas; sabemos que jamás haría daño a una persona, y se dejaría matar por nosotros. Es el perro más cariñoso y más noble que hemos conocido. Félix es ya parte de nuestra familia y se queda, pero han sido dos años de lucha constante que han requerido mucho cariño, paciencia y comprensión entre nosotros. Después de estos dos años, nuestro mensaje si te estás planteando adoptar un perro es:
• Nunca se debe adoptar a un animal si algún miembro de la familia no está por ello al 100%; adoptar un animal afecta a la dinámica de una familia y hay que estar preparado.
• Nadie es perfecto; los perros tampoco, y los perros que vienen “con mochila” menos aún, así que hay que estar preparado para las de arena, pero también para las de cal.
• Tener y mantener un perro cuesta dinero; hay que estar preparado para invertir en él.
• El adiestramiento ayuda, y mucho, pero no termina nunca. Hay que estar preparado para trabajar con él siempre.
• Hay que aprender a ver lo bueno que hay en el perro, aunque a veces lo malo nos lo ponga muy difícil.
• Hay que ser más cabezota que el propio perro, pero bueno, para eso somos aragoneses, ¿no?
¿Volveríamos a adoptar después de Félix? Desde luego que sí.
¿Volveríamos a adoptar a Félix? Ejem…, a veces nos dan ganas de decir que no, pero luego siempre termina por convencernos.

Lo importante salva una vida salva un braco de weimar

Ellos se lo merecen

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