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Sara

Sara – Adoptante de Maya

Sábado, 7 de noviembre de 2020 comenzábamos una aventura que nos llevaría a una nueva vida en familia. Una aventura que se nos hacía idílica en nuestra cabeza según todo lo que habíamos visto y oído de amigos, familiares, medios de comunicación, televisión…

Sin embargo, al cabo de un par de semanas esta aventura se empezó a tornar oscura y nos enfrentábamos a una realidad muy distante de lo que nos esperábamos con la adopción de Maya. Una situación que nos empezaba a desbordar, que estaba fuera de nuestro control y que no sabíamos cómo afrontar.

Fueron días de lloros y mensajes de WhatsApp con SOS Weimaraner y con Alicia y Luis del Perro Limón, unos educadores caninos amables y respetuosos que nos habían recomendado y con los que acabábamos de tomar contacto. También fueron días de arañazos, moratones, marcas de mordiscos, ropa y objetos rotos y por qué no decirlo, días de arrepentimiento, replanteamientos y de estar a punto de tirar la toalla.

Pero sin saberlo, también estábamos empezando una experiencia vital que nos cambiaría por completo como familia y como personas. Empezábamos el replanteamiento de lo que implicaba adoptar y tener un perro.

Comenzábamos a entender que adoptar a un perro era ampliar tu familia con un igual, era establecer una relación de convivencia, convertirte en familia multiespecie y todo lo que eso conllevaba: comunicación, necesidades, forma de vida… muy diferentes a los humanos.

Adoptar era es ser conscientes que compartíamos nuestra vida con un ser vivo con personalidad propia, con emociones, con dificultades, con una mochila en la espalda que requería dedicación en forma de tiempo, dinero, energía, situaciones desconocidas y difíciles, aceptar días de mierda y frustración, preocupaciones, desconocimiento, enfados y cosas que no te gustaban o entendías pero las aceptabas, compromiso, aprendizaje, apertura de miras, era educación amable y respetuosa, escucha y entendimiento, protección, sostén y refugio, pero sobre todo era la responsabilidad como tutores de procurar bienestar a un ser vivo para que pudiera desarrollarse de acuerdo a sus necesidades y características , y no a las nuestras, a lo que a nos gustaría o querríamos desde la perspectiva pre-concebida de los humanos.

Adoptar o tener un perro no era dar dos paseos al día de veinte minutos mientras mirabas el móvil y le dabas un tirón porque se paraba a oler y tú querías llegar a casa rápido porque hacía frío. Tener un perro no era prohibirle subir a la cama o al sofá, que hiciera todo lo que le pidiéramos (cosas que ni nosotros seríamos capaces de afrontar), exponerles a situaciones sin que se expresara o le resultaran incómodas, estresantes… Tener un perro tampoco era tener un objeto tranquilo, “bueno” y obediente 24 horas del día. No era una forma altruista de obtener cariño gratuito o una sustitución cómoda y fácil de un hijo.

No era un camino fácil y no bastaba con buenas intenciones, amar a los animales o haber visto unos cuantos programas de Cesar Millán, haber hablado con tu vecino del quinto sobre la forma en la que él educó a su perro y le lleva la correa en la boca mientras pasea a su lado o haber leído un artículo con los cinco mejores consejos para que tu perro se “portara bien” en casa y fuera el perro perfecto.

Desde que Maya llegó a nuestra familia han pasado dos años, pero no los cambiaríamos por nada, porque desde entonces hemos aprendido lo que es vivir el presente, enfrentarnos a nuevos retos y salir de nuestra zona de confort, hemos conocido gente, profesionales y perros que suman, hemos evolucionado y crecido como personas y tutores, hemos descubierto el mundo del bienestar animal y hemos llenado nuestro corazón con un amor incondicional.

Adoptar o tener un perro no es una realidad perfecta, cómoda y sencilla, adoptar es un compromiso de por vida para con tu nuevo miembro de tu familia, ese que tu perro ya ha adquirido contigo en el momento que cruzáis vuestras miradas por primera vez

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Lo importante salva una vida salva un braco de weimar

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